Gente cordobesa de otros tiempos
De Cordobapedia
Recuerdos Cordobeses [1]
La memoria hace su antologia y procura perfeccionarla a medida que el tiempo repite sus ediciones. La ciudad de la memoria se despuebla para limitarse a los nombres justos, al contrario que la real y atosigadora. Estan ahi y estaran, salvo que ese arca que los contiene se vacie antes de que la muerte venga a llevarsela como a nosotros. No imagino mayor drama que el espejo del recordar borrado en vida.
Ahora, mientras hablan del trajin de las influencias (la recomendacion elevada a problema estatal en el territorio de Tincalandia) y de la bienvenida de los cigarrones (previsible para 1992), entre otros asuntos, me dispongo a ponerle un recuadro a criaturas que nada tienen que ver con la actualidad, aunque, en su momento, rebasarian las lindes del anonimato. Algunos hasta convertirse en populares. Eran gente cordobesa, no simples sombras del censo de los ojos, sino urdimbres de intrahistoria, que tantas veces se impone a la historia.
A ver como los dibujo en su tiempo, a ver como voy rehaciendoles aqui, poquito a poco, con rostros y talantes, porque, sin sus transluces, el presente es una manquedad. El ayer completa siempre la vision de la vida, y quien crea que solo constituye materia de nostalgia es ciego, renuncia de antemano a lo que fue, intima o colectivamente. Tengo por absurdo confundir el pasadismo de reaccion, al fin el cabo de las coplas de Jorge Manrique, el pesadismo que elimina los deseos temporales. Ahora cunde esta actitud inclinada al “borron y cuenta nueva”, aunque tambien el gusto por ciertos retornos, pues toda ruptura radical concluye por ser un simple volatin arriesgoso.
Mi moviola comienza a girar su cinta conservada.
Se llamo Manuel Perez Caratullilla. Tenia cabeza como de gorrioncillo, y una rija que le aliviaba, de cuando en cuando, un curandero de la Corredera, aunque no hasta el punto de impedir el lloriqueo. Fue nino agricola; contaba la leyenda de Juanillo el oso; presumia de haber cogido en el campo, a algunos de los protagonistas del bandidaje. Estando en su faena, bajo las encinas, llego un hombre y le pregunto si habia visto a los civiles. A otro de esos malhechores, Cintas Verdes, lo veria morir, ajusticiado, en la puerta de Almodovar, y Manolo relataba que el asesino, desde el cadalso confeso que lo primero que habia robado eran unas tijeras. Las madres zurraban a sus hijos para que no olvidaran la confidencia.
Manuel, fue albanil, costalero y lo que se necesitase. Tenia sus ideas muy propias: por ejemplo, afirmaba que hipo lo producia un poco de aire metido en la nariz (para el un organo de hombre y mujeres), y nadie pudo convencerlo que la tierra volteaba de continuo. Manolo prefirio atenerse a la Biblia y a otras cosas antiguas: en sentido de la servidumbre sin protesta, el silencio de la discrecion, viese lo que viese, la costumbre del “mande”, el sentir familiar a quien les ordenaba. Pero en su mirada pitarrosa y lagrimona habia una especie de reflejo triste del destino. No carecia Manuel de presunciones: la de conquistador, en su escala, y la de conocer muchos secretos, eroticos ms bien, aunque nunca quiso revelarlos. Le enorgullecia sobre todo, saberse tan imprescindible como el agua. Su humildad no tuvo quiebra.
Andaba por la ciudad El Loco Primo; le placia tomar el sol en la fachada de la Telefonica y responder a las provocaciones de los estudiante del Instituto con sus disparatadas ocurrencias. Unos de sus afanes era seguir los pasos de Semana Santa inmediatamente despues de los músicos. El Domingo de Resurreccion se le podia ver, en Santa Marina, como un pregonero lanzador de ¡vivas! Alli donde hubiera un acontecimiento estaba el, orate oficial, cuyo caracter no le disputaba ningún colega. En aquel tiempo de jerarquias a todo pasto, la suya infundia una acepcion muy respetable. El Loco Primo representaba la azote trastornada, pero educadisima. Tan aficionado a la calle, ahi encontro su muerte en un atropello.
Tambien le gustaba el aire libre a la Condesa Zamora, loca de mantilla, peineta y zapatos de tacon. Solo las medias rotas y caidas discordaban de la etiqueta. Arrastraba los pies, de iglesia en iglesia o por el centro, como un cartel andante de Solana, o una figura de Visconti. Lo suyo era el monologo. Paseo su rastro de aristocracia y su pacifica mania de vestirse como si siempre fuera Jueves Santo.
Nunca conoci una filosofia tan simple y contundente como la del tabernero Rafalito Pastor: “Una cosa es una cosa u otra cosa es otra cosa”. De Socrates venia la conseja, y nadie le llevaba la contraria. No hubo modo de bajarle se su axioma, dicho en varios tonos, según la ocasion. Alto, sobrio de carnes, rubiote, Rafalito, repitiendo calmosamente su idea, contaba las discusiones regadas con medio de a veinticuatro. En el menester dialectico habia, aparte su tarabilla, golpes insolitos (la boutade, que dicen) al estilo de otro Rafael El Guerra. Estos le distanciaban de la escuela senequista, como los tacos. Yo le conoci en su taberna, donde iba de mesa en mesa repitiendo ese principio de invariable filosofia, pero sobre todo en el campo, cuando hablaba con los cerdos, aunque sin tratar de imbuirles, como a su parroquianos, una vision del mundo que necesitaba de otras explicaciones.
Manuel Morales, anchote, sonriente y chuflero, de profesion impresor y de vocacion cocinero, tenia una casi oculta apetencia: escribir rimas y prosas. Un perol guisado, por el, garantizaba la exquisita calidad. Era natural que le llamasen para las ocasiones de mucho repique. Asi, los de Cantico, gracias a la ayuda del Municipio, ofrecieron una cena tipica a Vicente Aleixandre, durante su primera vista a Cordoba (lo mismo que a Damaso Alonso), y Morales oficio, una vez mas, su maestria guisadora. En el Alcazar fue la cosa. Manuel se empeno en que el homenajeado probara un plato de caracoles.
–Nino, me insistio en que su regimen no se lo permitia, pero, al probarlos, no tuvo inconveniente en pedir mas. Como se puso de caracoles, diciendome que yo era el demonio…
Si Morales iba a Madrid, visitaba al poeta sin que tuviese que pedir hora, como los intimos. No dudo que Aleixandre hizo de los caracoles una excepcion de su menú riguroso, Morales tenia la apetitosa culpa de esa liberta.
El famoso número uno de esta galeria fue Fernando el Cale Carapato, gitano de baile y cante, baston y mucho de solemne en el andar y hablar, lo mismo que un jefe de tribu, en la acera del Mercantil, en la taberna, la plaza de toro, la calle de la Plata… Jose Alcaide Irlan lo traslado a la tira humoristica y diaria del Diario Cordoba, transformandolo en fabula popular y circulante. Seguia a la Virgen de la Esperanza (o de los gitanos) y le cantaba saetas de voz ronca.
Una vez me conto que tenia un poema autografo de Lorca, dedicado a el. Me lo trajo por si me interesaba publicarlo en Arkangel, y no hice, ya que no me sono a Federico, la verdad, aunque es posible que si de algunos de sus imitadores.
-¡Ay!, si me hubieras visto entonces. Tenia yo una cinturita unos pinreles…
La Coja del Pianillo tocaba un organillo, pedia la recompensa para su arte, zalamera y confianzuda con todos. En esa estirpe no tuvo igual. Y luego los conciertos, se subia al artilugio sonante como una duquesa a su Mercedes para seguir la ruta. En llegando ella, la calle cambiaba, no solo por la interrupcion cosquilleante del pasodoble, del tango, el fragmento de zarzuela, el cuple, sino por el palique de la propietaria del manubrio, relaciones públicas ambulante a golpe de muleta bajo el brazo izquierdo.
Aparece en mi moviola aquella mujer vieja, vestida de blanco, con cuerpo de canasta y ramo de jazmines en el mono, vendedora de agua y pirulies en los Tejares, limpia hasta el esplendor y animosa, lo mismo para el ritual de los oles que para su comercio de cosas muy elementales. Asoma aquel betunero de Bar Gambrinus y Bar Negresco, que sabia historias de la guerra de África, si bien no habia estado nunca en ella, claro. Y el conserje Quesada, en el patio del Instituto, vocea los nombres de las clases con su voz de bronquitico cronico y entre toses. Pasa El Cura Bruzo, naturalmente de sotana, que tenia los dedos amarillos por la nicotina y llamaba misal a la envoltura de los naipes. Don Jose Amo, el director de la Academia, que fue medico en la Batalla de Alcolea, lo que nos parecia increible, sube, con sumo tiento, las escaleras del Circulo: Llevaba siempre una flor en la solapa.
Como iban a faltar, en este desfile, Mediaoreja, cara de conejito asustado, como si saliera de una pelicula de dibujos infantiles, y el tonto Julio, vacilante de andar y babosillo?. Que pareja de la subnormalidad. Muy normal encontrarselos, libres a su manera, contraste de la poblacion, figuras de un censo singularisimo.
Anda, pero si Rafael Moreno, Granito de Oro, ex-picador de El Guerra, con su dedo cortado por la caricia de un cornúpeta, propietario de la Venta de Vistahermosa, al filo de la carretera, barre la terraza con un escobon casi de estatura gigante; se quita los mocos energicamente, y echa la siesta poniendose un panuelo sobre la cara. Este Rafael sigue los modos del que fuera su jefe de cuadrilla; sus metaforas merecen un estudio aparte. Para decir que una senora era muy rica solto: “Tiene el cono claveteado de brillantes”. No conozco otro ejemplo que se le pueda comparar.
Gente cordobesa de otro tiempo: ese que ha pintado, con delicia naif, Carlos Gonzalez-Ripoll.
Me imagino una imposible tertulia de fantasmas en la que no faltase nadie de los aqui evocados.
Referencias
- ↑ . Luis Jimenez Martos en Cordoba en Mayo, ano 1990 pagina 118
Principales editores del articulo
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- Ildelop (Conversacion |contribuciones) [1]
- Aromeo (Conversacion |contribuciones) [1]